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Felipe Ehrenberg

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Ehrenberg, el tiempo y la distancia
Recorrí la exposición Manchuria - Visión periférica en el Museo de Arte Moderno muy lentamente.
Conocí y reconocí obras de Felipe Ehrenberg (México, 1943). Mi mirada transitó por objetos y documentos. Escuché grabaciones. Miré películas y videos.
Disfruté la propuesta que ha desarrollado a lo largo de medio siglo uno de los artistas más inquietos de México y traté de evaluar la lectura que hace de su obra Fernando Llanos, artista y curador de la muestra.
Lo primero no fue difícil. Me sorprendió ver algunos de sus dibujos de los años 50. Su trazo escueto no niega sus raíces nacionales. Ahora entiendo su inquebrantable gusto por la complicidad entre el ojo y la mano. Por eso, aunque es pionero de las artes no-objetuales, jamás abandonó la pintura.
En este sentido, algo que siempre me intriga de Ehrenberg es que funge como una suerte de artista “puente” entre generaciones que se lanza enérgicamente hacia nuevos territorios, pero jamás niega la cruz de su parroquia. Quizá por ello siempre se ha sentido (y seguramente ha sido) tan poco apreciado: unos no lo entienden porque rompe con lo establecido y otros porque no rompe lo suficiente.
Sin embargo, precisamente lo interesante en esta exposición es ver el constante diálogo que hay entre distintas técnicas, estrategias artísticas y plataformas conceptuales: gráfica/neográfica, arte perdurable/efímero, arte retiniano/conceptual, trabajo individual/colectivo, etc. Más que indeciso, Ehrenberg siempre ha sido un artista goloso que juega con lo que le ponen enfrente.
Como he seguido el trabajo de Felipe desde los 70, lo que más disfruté en esta muestra fueron las obras que no conocía, como Escultura caminada (1970), una acción en la que recorrió las calles de Londres durante varia horas, dejando como testimonio el envío de tarjetas postales desde cinco puntos diferentes.
También me gustó ver otras en el contexto de un museo, como Maneje con cuidado, una pieza de arte sonoro en la que se escucha la voz de Ehrenberg leyendo los letreros en la calle mientras la recorre sobre un vehículo.
La conocía de una compilación de piezas tempranas de arte sonoro que realizó Manuel Rocha para la revista española RAS, pero me sorprendió encontrarla en el MAM.
Salí de Manchuria con la sensación de que esta muestra es apenas un índice de retrospectivas de la obra de Ehrenberg que deberían hacerse. De entrada, una de sus acciones. En este sentido, Llanos conjuntó una muestra compacta en cuanto a obra, pero exhaustiva en términos de los intereses artísticos de Felipe.
Pero también salí sintiendo, más que nunca, la ausencia de algunas de estas obras en las colecciones de nuestros museos, a los que apenas los está empezando a alcanzar la historia del arte nacional de los últimos 30 años. De hecho, esta muestra ni siquiera estaba planeada para el MAM, sino que surgió del interés de la curadora Sol Henaro por “rescatar” a los artistas setenteros cuando dirigía La Celda Contemporánea del Claustro de Sor Juana. Afortunadamente, cuando todo ese proyecto se cayó, Oswaldo Sánchez lo recuperó para el MAM.
Hacer una retrospectiva de la obra de Ehrenberg debe ser una labor difícil y titánica. Hay que reunir y entender el trabajo de un artista versátil y poco ortodoxo. También hay que presentar la complejidad de un creador que durante muchos años sobrevivió a contracorriente y organizarla de tal forma que cualquiera que estudie la muestra con cuidado, vea cómo ha reverberado su obra en los artistas más jóvenes. Creo que, en este caso, Fernando Llano lo logró.
pintomiraya@yahoo.com
 

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